Tengo en mi corazón, el corazón de Raúl.
Me robé el vacío que da en el estómago, de sus momentos de angustia, en un intento por quedarme con su paz, como si la gloria que persigo la ofrecieran los que ya la han vivido.
Hay pasillos, senderos y callejones empedrados en un lugar de mi mente, donde deambulo mi propia locura, donde nadie me pide explicaciones, donde me encuentro con otros ángeles que me permiten saborear sus poesías. Allí te encuentro, en ese anden donde se une Dios con su naturaleza, donde estalla la risa que oculta el llanto incomprendido. Allí donde nada es necesario. Me miras y te miro y nos arrulla el silencio que nos hace conocer cualquier cosa. Dejas que pase.
También me alejé de la ribera del Sinú, que nos parió y nos tiró al mundo, como si en tierra algo dependiera de nosotros, algo más que uno mismo. Me alejé bañado en lágrimas de río, mirando de reojo hacia el pasado, haciendo huellas en un futuro que muchos lamentan.
Tengo en el alma las raíces ancestrales que nos unen y nos hacen remediables, porque son raíces de cedros que soportan el paso del tiempo y el vaivén de las civilizaciones, que hurgan profundo para poder soportar el peso de la cabeza, el peso de las ideas.
Me quedé con tu nostalgia árabe, con la tristeza que provoca presenciar el maltrato del amor, con los lamentos que nos trajimos desde el Líbano y aceptamos con humildad como condición para ser.
Te tengo mezclado en mi sangre, Raúl Gómez Jattin, en la mirada que llevo hoy y choca contra mi espejo.